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Banco de sangre: perspectiva del donante

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Empiezo aquí una breve serie de entradas explicando los entresijos de la donación de sangre. Antes de nada, os agradecería que planteáseis cualquier pregunta que podáis tener al respecto para que os la intente responder: nada me jodería más que perder un posible donante por inseguridad o una duda.

Bolsa de sangre completa recién extraída. Cortesía de mojavedesert @ flickr.comEstoy seguro de que algunos de vosotros (espero que muchos) ya habéis donado sangre alguna vez. Esta entrada va para todos los demás: aquellos que por miedo o desconocimiento aún no os habéis animado a dar el primer paso. Para empezar, la donación de sangre es algo indispensable en la Medicina actual, pues no existen alternativas artificiales viables: las hemoglobinas glicadas o los perfluorocarbonos tienen muchos fallos y sólo algunos países admiten su uso en circunstancias especialísimas. Por otra parte, la donación es prácticamente inocua para el donante (exceptuando el pinchazo, claro está): no hay riesgo de contagios, reacciones adversas ni nada por el estilo. Asimismo, la sangre es algo que nosotros producimos naturalmente y que podemos perder en pequeñas cantidades sin efectos apreciables en el organismo. En resumen: donar sangre es dar algo que otros necesitan sin que nosotros perdamos nada.

Cuando alguien quiere hacerse donante, el primer paso es acercarse a su banco de sangre más cercano, o a las unidades móviles que existen en muchas Comunidades. Allí tendrá una entrevista con un médico para asegurarse de que la donación se puede realizar con absoluta seguridad tanto para el donante como para el receptor. Para ello existen criterios de inclusión que descartan a aquellas personas que no tolerarían bien perder 450 mL de sangre: ancianos, personas pequeñas, hipertensos, anémicos… Y también se excluyen aquellos que podrían suponer un riesgo para el receptor: generalmente enfermedades contagiosas, situaciones de riesgo o ciertos tratamientos médicos.

Tras la consulta médica, el donante pasa a una sala donde se le recoge su primera unidad de sangre. Una enfermera de las más competentes te conducirá a un sillón reclinable, te preguntará qué lado prefieres y te pondrá una goma en el antebrazo, para que las venas se «hinchen» y sea más fácil extraer la sangre. Desinfectará la piel del codo con povidona yodada y te dirá que no mires cuando te vaya a pinchar. No te voy a engañar: esta es la peor parte, porque la aguja tiene un cierto calibre (16G), pero se aguanta sin problema. Además, todo el proceso de la donación dura menos de diez minutos, así que apenas hay tiempo de que duela. Y si estás abriendo y cerrando la mano, aumentas el flujo de sangre y puedes terminar antes.

Mientras tú estás recostado en el sillón, tu sangre va fluyendo por una cánula hasta un paquete de bolsas que reposa en una balanza-oscilador, el cual mide la cantidad de sangre extraída a la par que la mueve para mezclarla con el anticoagulante. Durante este tiempo, la enfermera te habrá estado prestando atención permanentemente para que, en cuanto la balanza avise, te pueda retirar la aguja y ponerte un apósito sobre el punto de punción. Si no quieres tener un bonito moratón a la mañana siguiente, es recomendable que presiones durante cinco o diez minutos (aunque sin pasarte, que también jode: te lo digo por experiencia).

Para terminar, te dirán que te levantes despacio y que pases a otra sala, donde te ofrecerán algo para comer y beber. Mi recomendación es que tomes algo salado y bebas líquidos, para reponer el volumen vascular lo antes posible.

Y esto es todo. O, mejor dicho, esto es todo… lo que ve el donante. En las siguientes entradas os contaré qué se hace con esa sangre para que el enfermo al que se la van a transfundir reciba un producto de la mayor calidad y seguridad posibles.

Perpetrado por EC-JPR

febrero 1st, 2010 a las 9:07 pm

Categoría: Medicina

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