¡Tenemos un 200!
El día parecía como cualquier otro. Tan aburrido como cualquier otro. La sesión de exposición de casos, eterna. ¿Tan sencillo es limitarse a dar las novedades de los pacientes? ¿Realmente hace falta revisar toda la historia? Historias que siempre sobrepasan la decena de folios, cada cual recogiendo patologías y complicaciones más enrevesadas que el anterior, con pautas de medicamentos que parecen una versión en miniatura del Medimecum. Es lo que tiene estar en la UCI: los pacientes complicados son el pan nuestro de cada día. Los pacientes complicados, y el coñazo de sesiones. Pero el jefe es el que manda, y si a él le parece lo mejor…
Cuando acabamos la sesión nos repartimos los casos. A cada uno, dos pacientes: examinarlos, tomar nota de las variaciones, discutir los tratamientos con los Departamentos que se ocupan de ellos, y volver a exponer todo en la sesión de las dos. Si algo no me gusta de este servicio es toda la «burocracia» que tenemos que hacer.
Pero bueno: cuanto antes empecemos, antes terminaremos. Así que vamos con el primero. Ramón está en la 484. Es un hombre con suerte: entró por Urgencias hace cuatro días con una disección aórtica. Es decir: la aorta, la arteria por la que sale la sangre del corazón antes de repartirse por todo el cuerpo, se había roto. Y, sí, esto es grave. Muy grave. Pero Ramón llegó a tiempo, cuando la avería aún no era muy grande, y le insertaron una prótesis de Dacron; ahora está haciéndonos compañía en la UCI mientras pasa el postoperatorio. «¡Buenos días, Ramón! ¿Qué tal ha pasado la noche?» Las preguntas de rigor: él se encuentra bien, dentro de lo bien que puedes estar cuando te han serrado el esternón para abrirte el pecho. Si todo sigue así, en unos días le subiremos a planta.
Sin embargo, hay que cambiarle la vía arterial; un catéter que metemos en una arteria de la muñeca para conocer la presión arterial instantáneamente. Nos lavamos, desinfectamos, ponemos el paño estéril, y empezamos a trabajar. La verdad, conseguir meter un tubito de un milímetro en un vaso del mismo diámetro, es bastante difícil. Llevamos ya tres intentos, y no lo conseguimos. Menos mal que antes le hemos infiltrado un anestésico local: si no, el paciente estaría ya acordándose de la bendita madre que me parió.
Y, de repente, suena el busca. Pitipití, pitipití, pitipití. Y piensas: no puede ser, hoy no, no a mí. Sales de la habitación, y el residente de guardia te devuelve tu mirada de sorpresa. ¿Es eso? ¡Mierda! Se te acelera el pulso, y vas acumulando adrenalina mientras coges el teléfono y marcas el número que pone en el busca. «¿Dónde? – En broncoscopias.» Así que el residente y tú salís corriendo de la UCI: tenemos una parada. Todo lo que sabes es que en broncoscopias a alguien se le ha parado el corazón, ha entrado en parada cardiorrespiratoria, y su vida ahora mismo pende de un hilo. El cardiólogo de guardia estará ya en camino. El sacerdote, también. Y tú corres mientras esperas que allí alguien ya haya empezado la reanimación básica (generalmente con más voluntad que pericia). Ahora mismo el paciente depende de ti.
Corres escaleras abajo, a la planta tercera: ¿no era aquí? ¿¿Cuándo coño han cambiado broncoscopias?? ¿Quinta planta? Aprovechas que el ascensor pasa por allí para meterte dentro, y usas la llavecita que te da prioridad para subir al quinto piso sin detenerte por el camino.
Cuando llegas, no hace falta que preguntes dónde está el paciente. El desconcierto de la gente en la sala de espera te va guiando, y la cara de susto de las enfermeras te confirma el camino. Corres por el pasillo, y según llegas a la sala donde está el paciente ves que está todo lleno de gente en pijama verde; afortunadamente estamos enfrente de endoscopias, donde hay anestesistas, médicos que saben qué hacer en estas circunstancias.
El paciente está tumbado en la camilla. Parece más un polluelo que una persona: está macilento, no llegará a los sesenta kilos, ¿qué tendrá, setenta años? Ves el bulto del marcapasos bajo su clavícula izquierda, y las cicatrices de cirugías anteriores en el abdomen. Un compañero tuyo se afana en hacerle el masaje cardíaco mientras otros dos esperan para relevarle: lo de Hospital Central es mentira. Hacer un masaje cardíaco cansa. Mucho. Cuando haces una RCP, tus brazos son el corazón del paciente: aprietas en el esternón para comprimir el tórax varios centímetros (aun a costa de romperle las costillas), bombeando la sangre. Tienes que cargar tu peso «a plomo» sobre tus brazos, cien veces por minuto, abajo y arriba, abajo y arriba.
Por lo menos el paciente está en buenas manos. Ante todo, manos: en una salita de escasos diez metros cuadrados, hay once personas: tú y tu residente, los tres compañeros que están haciendo el masaje, dos enfermeras, el cardiólogo de guardia, el neumólogo y el residente que iban a hacer la broncoscopia, y un estudiante que se ha quedado atrapado en la refriega y mira la función acorralado contra la pared.
¡Atropina, una ampolla! ¿Qué ha pasado?, preguntas al neumólogo. «Nada», responde, «estaba monitorizado, y cuando íbamos a empezar, de repente, se ha parado. Han llamado al 200, hemos empezado la reanimación y han venido los de endoscopias con el carro de paradas». Abajo-arriba, abajo-arriba. Un médico ventila al paciente con el Ambú mientras la enfermera va proporcionándoles cuanto piden. ¡Adrenalina, una ampolla! ¿Dónde está ese laringo?
Vamos a intubar: de nada sirve mover la sangre por el cuerpo si no conseguimos que lleve oxígeno. Y, para eso, lo mejor es hacerlo introduciendo un tubo en la tráquea. Así que te metes en el fregado: vale, parad el masaje. El tubo entra a la primera: lo fijas con esparadrapo y sigues dándole al Ambú. El cardiólogo sigue pidiendo fármacos. ¿Cuántas adrenalinas llevamos? – Dos. – Métele la tercera.
Entre tanto frenesí, una figura vestida de negro se desliza hasta los pies del paciente. Es el sacerdote, que viene a hacer cuanto puede en esta situación: saca los Óleos del bolsillo y le da la Extremaunción al paciente. Es lo que toca.
Llevamos ya un cuarto de hora de abajo-arriba, adrenalinas y calcios. Cada cierto tiempo, el cardiólogo nos pide que paremos para mirar el monitor y tomar el pulso, a ver qué hace el corazón del paciente. Los mirones ya se han ido de la sala, y estamos sólo los profesionales en estas lides; una enfermera de confianza, dos anestesistas, el cardiólogo, mi residente y yo. El estudiante también se ha quedado: esta juventud cada vez es menos impresionable…
Veinte minutos. El neumólogo de profesión, cenizo de vocación, comenta desde el umbral de la puerta: «Después de este tiempo, vista la patología de base del paciente… yo creo que ya va siendo suficiente…». Los cojones, suficiente. Lleváis sólo veinte minutos, ¿y ya os vais a parar? Que alguien saque de aquí a este pájaro, por favor. El paciente no está muerto hasta que yo lo diga.
Treinta minutos. El cansancio se nota. Hasta el estudiante ha puesto sus brazos para reanimar. El cardiólogo vuelve a pedir que paremos, y mira el monitor: ¡fibrilación!. Eso significa que podemos darle al paciente un calambrazo y, con suerte, hacer que el corazón vuelva a latir. Porque, sí, aquí también nos ha engañado Hospital Central. Cuando a un paciente «se le para el corazón» (entra en asistolia) no hay que depilarle el pecho a electroshocks. Eso sólo hay que hacerlo cuando tiene ciertas arritmias, y este es uno de esos momentos. La enfermera saca las palas del desfibrilador, les da gel, y se las pasa al cardiólogo. ¡Carga a doscientos! Todos fuera, ¡que nadie toque nada! ¡¡Fum!! Esto sí es como en las películas, con el paciente dando un brinco sobre la camilla. Lo que no sale en la televisión son los pelillos del pecho que se churruscan…
Seguimos con el masaje. Cuarenta minutos. Ahora ya la cosa empieza a pintar mal… No le podemos poner ya más adrenalina, porque hemos alcanzado la dosis máxima. Tiene un gotero de bicarbonato, que nadie sabe muy bien para qué sirve, pero se lo ponemos «por si acaso». Creo que se ha llevado también un par de inyecciones de calcio. Con la atropina, en total hay más de una docena de ampollas vacías sobre el carro de reanimación. Y seguimos: abajo-arriba, abajo-arriba.
El cardiólogo vuelve a pedir que paremos el masaje, y… ¡sorpresa! ¡Hay pulso! Espera, vamos a asegurarnos: el pulsioxímetro lo capta, nosotros lo sentimos en la carótida, el electro muestra actividad: ¡¡el paciente vuelve a estar vivo!!
Así que nos vamos con la música a otra parte. Cargamos una botella de oxígeno en la camilla, nos hacemos con un monitor portátil para controlar al paciente y, ya que estamos, nos llevamos de regalo el desfibrilador. No vaya a ser que en el paseo hasta la UCI nos vuelva a dar un susto. Desfrenamos la cama y salimos por el pasillo. Las enfermeras van abriendo las puertas a nuestro paso. Cuando llegamos a la sala de espera, la gente nos mira sorprendida: entre los pitidos del monitor, el médico que va ventilando al paciente, y el otro con el desfibrilador en la mano, formamos un séquito bastante peculiar. En la sala está también un chaval que llora angustiado y nervioso, mientras una chica lo abraza. Más tarde me enteraré que el hombre que llevábamos en la camilla no tenía setenta años, sino cincuenta, y que ese chaval era su hijo. Joder, menudo espectáculo, ¿nadie podía haber entrado a los familiares en una consulta, para que estuviesen tranquilos?
En fin: ahora tenemos que ingresarle en la UCI, estabilizarle, pautar cien mil fármacos, evaluar su situación neurológica y cruzar los dedos para que no tenga ninguna secuela. Bueno, hace cuarenta minutos estaba muerto, así que…
Sí, me encanta ser médico.
Imagen obtenida en la web de la California School of Health Sciences.
=O
La virgen, vaya… pasada!!!!
Enhorabuena por la RCP, habéis salvado una vida!!!
qué guay…
(yo tb sé hacer RPC… básica xD una vez reanimé… un muñeco xD)
Indio
7 Abr 08 at 23:51
Hay que joderse. Con los detalles que das y lo fácilmente impresionable que soy con la sangre de los demás (curiosamente, con la mía no, ¿me lo puedes explicar?), algún día me da un vahído leyendo tu blog.
Me tienes que explicar cómo funciona todo eso: residentes, estudiantes, etc. Coméntame cómo se organiza todo eso porque no me aclaro. ¿Y tú qué eres?
Iñaki
8 Abr 08 at 00:43
Si, que eres exactamente??? Porque yo no lo tengo muy claro….
Y por cierto, que lo de intubar, poco mas y parece un juego de niños… «nenes, para mañana, nada de pintar a Pluto, no, me vais a intubar a un muñeco»
Y si, enhorabuena, has salvado una vida 😉
Mariate
8 Abr 08 at 21:57
jajajajaj veeenga y le partimos los dientes XD
Indio
8 Abr 08 at 23:04
(es lo que se dice que pasa si se hace mal… yo no sé nada! xD)
Indio
10 Abr 08 at 09:35
A lo que comenta Iñaki, pronto colgaré un texto explicando cómo va la formación sanitaria en España (carrera, residencia…).
Respecto a lo que dices, Indio, sí que es posible romperle algún diente, especialmente si lo haces mal. Por eso, cuando metes el laringo, en vez de «girarlo», haciendo palanca, debes «tirar» hacia arriba, levantando la lengua. Es algo más difícil, porque debes hacer más fuerza, pero los dientes ni los rozas 🙂
EC-JPR
11 Abr 08 at 13:44
Pero que huevarros tienes… ¿No hostiastéis al cenizo?
Doctor Mapache
27 Feb 09 at 12:48
@Doctor Mapache:
Yo creo que nadie lo oyó… En cualquier caso, el comentario se fue como vino.
EC-JPR
28 Feb 09 at 17:29
[…] y veo en un monitor, parpadeando en rojo: ASYS. ¡Cagontó! ¡Ahora va la de la angina y le da por pararse! Nada más lejos: ni hacía falta haber despertado al adjunto. Aquí tenéis la tira de ritmo de […]
Reacción vagal at Per Ardua ad Astra
16 Feb 10 at 03:13
Anda, qué buena… lo más cerca que he estado de hacer RCPb fue hace tres veranos, trabajando de socorrista. No te imaginas el alivio cuando el chaval empezó a toser y escupir agua según lo saqué a la superficie xDDD
Emtochka
16 Feb 10 at 11:18
Momento perfecto para que el veterinario me gruña, en mi caso. Por suerte nunca me ha pillado uno de esos… pero si uno complicado de los de intubar, que estás que entra o no entra media hora y cagándote en todos sus abuelos.
La anécdota graciosa es que a la semana de darnos el cursillo de primeros auxilios en clase de educación física, hizimos lo típico de poner una cama elástica en la que saltar y caer en un colchón. Vamos, lo típico que ni pisé =) La cosa es que un compañero de clase (fui con él desde los 3 años a clase, y a algún cumpleaños suyo cuando lo normal era sólo invitar chicos, así que fue aun más impresionante porque era alguien cercano) se salió de la colchoneta, aterrizo de cabeza y perdió el conocimiento. Todo el mundo helado, el profesor empezó a pedir las cosas y unos pocos fuimos a buscarlas, realizamos los primeros auxilos la mar de bien mientras esperábamos a la ambulancia… y unos días en el hospital, al final más fue el susto y la impresión pero vamos, que es todo lo cerca que he estado de una urgencia médica.
Bea
16 Feb 10 at 14:25
@Emtochka:
Yo estuve en primera línea (el estudiante de la historia, y el último que machacó antes de que el paciente recuperara el pulso 😀 ). Pero ya sabes que a todos los médicos nos va a tocar asistir alguno: ya has leído a la Jomeini…
Y lo del socorrismo, es gracioso cómo la gente se imagina lo del rescate y el boca a boca como algo heroico-erótico… cuando es más bien una mezcla de acojonamiento y asco, ¿no?
@Bea:
Pregunta de ignorante, pero… ¿en animales también hacéis RCP? ¿Con sus adrenalinas, sus desfis y amiodaronas? Coña, si te entendí que lo del electro era alta tecnología en ese ámbito… Además, ¿cómo se le hace un masaje a un caballo: saltando sobre el tórax? 😛
Lo de la intubación es lo bonito… si al final sale; lo jodido es cuando no consigues intubar, y al ventilar ves que el balón se pone duro. Glups, broncospasmo. Ahí hay dos palabras clave: Ventolín y atropina. Pero bueno, ya sabes la máxima: ningún paciente se muere por no conseguir intubarle la laringe. Lo hacen por no conseguir ventilarle y oxigenarle.
Y con lo de la urgencia, cruza todos los dedos para que no te pase. No obstante, yo estoy por convencer a mi hermana de que haga un curso de RCP: no cuesta nada, y teniendo progenitores en edad de riesgo… ¡Tú deberías hacer lo mismo! 🙂
EC-JPR
17 Feb 10 at 03:05
Si claro, no tan bien preparado… pero un mínimo si que se estila. Ahora, ni idea de como va en bichos grandes, y me han puesto algún vídeo con cachorros. Pero vamos, que quitando que sé que existe, ya ampliaré información.
Bea
17 Feb 10 at 09:25