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Evidence Based Medicine: la homeopatía no es el único engaño
Probablemente ya hayáis oído que esta semana una comisión del Parlamento británico emitió una recomendación para que el NHS retirase inmediatamente la financiación pública a los tratamientos y hospitales homeopáticos, pues no se habían encontrado pruebas de su efectividad (como ya ocurriera con la KVG suiza hace cinco años gracias a este estudio de la Universidad de Berna). El texto británico tiene frases tan contundentes como esta:
The Government should stop allowing the funding of homeopathy on the NHS. We conclude that placebos should not be routinely prescribed on the NHS. (…) and doctors should not refer patients to homeopaths.
El Gobierno debería dejar de permitir la financiación de la homeopatía en el Sistema Nacional de Salud. Concluimos que los placebos no deberían ser prescritos rutinariamente en el SNS. (…) y los médicos no deberían referir pacientes a los homeópatas.
Bien, en esto todos estamos de acuerdo. Pero el problema es que la superchería también está plácidamente instalada dentro de la Medicina «tradicional». Este texto de Ben Goldacre en el Guardian me ha animado a dedicar unas líneas a esos medicamentos aprobados por las autoridades sanitarias pero que no han demostrado ser más eficaces que otros ya existentes o que, simplemente, no sirven en absoluto.
En Medicina hay fármacos, como la metformina para la diabetes, cuya eficacia no se ha conseguido igualar después de lustros de comercialización. Pero también hay mucho mariconeo; uno de los que más gracia me hace es el empleo de isómeros: (es)omeprazol, (es)citalopram, (dex)ketoprofeno, (dex)ibuprofeno, etcétera. ¿En qué consiste esto? Resumidamente, en vender la forma purificada de un fármaco alegando una mínima mejora terapéutica, basándose en ensayos pequeños apropiadamente torturados, pero a cambio de un gran incremento en el precio (Nexium/Axiago son diez veces más caros que el omeprazol genérico). ¿A santo de qué viene? ¿Qué autoridad y con qué criterio financia medicamentos que no aportan nada sobre los ya comercializados? ¡Y luego hablan de introducir el copago en las consultas para controlar el gasto! El ojo del médico sobre un paciente puede ahorrar muchos problemas y apenas cuesta unos pocos euros, mientras que el puterío de la prescripción farmacéutica es una auténtica sangría económica que sólo beneficia a unos pocos.
Otro ejemplo: seguro que todos conocéis a alguien a quien le han recetado esos polvitos con sabor a naranja, Flumil para el catarro, «para soltar los mocos». Sin embargo, a menos que tengáis fibrosis quística o alguna otra enfermedad pulmonar seria, este medicamento probablemente sólo os serviría… como antídoto en la intoxicación por paracetamol. Y, siguiendo con los resfriados, mi favorito: el Inmunoferon, que «refuerza las defensas» (¿eh?). Su principio activo es el enigmático AM3, y una búsqueda en PubMed devuelve un puñado de estudios (pequeños) en los que las diferencias encontradas, si las hay, son de escasa relevancia clínica y con end points débiles. Vamos: que no hay pruebas de que si doy Inmunoferón a un paciente vaya a resfriarse menos o curarse antes. Empero, el SNS sigue financiándolo.
Y como esto, otros muchos ejemplos: algunos «de toda la vida», como la vitamina D en postmenopáusicas para prevenir la osteoporosis (inútil) o los antitusígenos en el catarro (Flutox tiene doce referencias en PubMed), y otros de nueva manufactura, como el Altargo para infecciones cutáneas (que apenas tiene estudios publicados y no ha demostrado ser mejor que Bactroban o Fucidine, a pesar de costar tres veces más).
¿Cuál es mi punto en todo esto? Llamar la atención sobre el hecho de que la buena o la mala Medicina no depende del título o de la bata del que la ejerza, sino de las pruebas sobre las que se sustente su práctica, que luego confundimos churras con merinas, llámese homeopatía, VINE o «avance revolucionario».
Gracias a Fernando Frías por el soplo al artículo de Goldacre y el empujón para escribir esta entrada.