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De lenguas y similares
Si un día dije que me ibais a llamar Mengele, hoy me arriesgo a que me pongáis de facha para arriba. Sin embargo, espero que entendáis los planteamientos que hago, y me digáis en qué estoy confundido, ¿vale? Zambullámonos pues en el tema.
Estos últimos meses he tenido la gran suerte de poder viajar muchos kilómetros. He visitado varias regiones, muy separadas y diferentes entre sí, pero que tenían un punto en común: todas pertenecen a un país cuya lengua oficial es mundialmente conocida, y en todas existe una lengua cooficial de escasa difusión y penetración. Podría ser el caso, por ejemplo, de Bilbao, donde conviven el español y el euskera, pero sirve cualquier otro que se os ocurra. Sea como fuere, hablamos de una región en la que la totalidad de la población conoce ese idioma «global» (léase español, francés, inglés…), y en la que coexiste, generalmente con el beneplácito del gobierno de turno (y el soporte indispensable para permitir su existencia) otra lengua, conocida por mucha menos población, y empleada cotidianamente por un porcentaje marginal de los ciudadanos.
Entiendo que los idiomas son una manifestación de la cultura propia de una región. Quizás por eso se les emplee (y sean en sí mismos) como una muestra de nacionalismo, como ocurre por ejemplo en Suiza. Seguro que sabéis que hay una parte de Suiza que habla francés, otra (muy pequeñita) que habla italiano, y que la mayoría del país habla alemán. Pues bien: eso no es del todo cierto. En realidad no hablan Deutsch, sino Schwiizerdütsch, una variante oral del alemán que casi parece polaco. ¿Qué aliciente tiene? Ninguno. Simplemente, que es «su» versión personal del alemán: cuando quieren, hablan en su lenguaje particular, y no les puede entender nadie que no forme parte de su «club». Es gracioso, porque además se trata de un idioma transmitido oralmente, y que carece de forma escrita (lo más correcto sería decir que carece de reglas ortográficas, pues la gente lo escribe como suena, resultando que una misma palabra puede tener tantas grafías distintas como personas la deletreen). Sin embargo, no cuenta con apoyo oficial alguno; la enseñanza y las comunicaciones públicas (oficiales, prensa…) se hacen en Hochdeutsch, alemán estándar. Nada que objetar: si no fuera por el chauvinismo desmesurado de los suizos (pero ese es otro problema), estos no tendrían ningún problema en viajar a Alemania, y viceversa.
Así pues, después de irme por las ramas, hemos visto que las lenguas, en sí mismas, enriquecen al pueblo que las habla. Siguiendo con los suizos, no sabéis cómo admiro que un universitario sea capaz de expresarse fluidamente en suizo, alemán, francés e inglés (no como en este reino de taifas, que las pasamos putas con un único idioma). Por consiguiente, no hay razón para denigrarlas, y sí para mantenerlas. Pero los árboles no nos deben impedir ver el bosque, y sería una insensatez permitir que un idioma local, limitado, prevalezca sobre otro que no sólo es el nacional, sino que además es lengua vehicular de millones de personas. Vamos, que no es lo mismo renegar del sueco que del español.
Antes de que contraargumentéis, os aviso: me he visto en la tesitura de no poder aparcar el coche porque no sabía qué carajo ponía en la señal (y tratándose de multas, no me conformo con mi intuición). Colegas míos ni se plantean ir a ejercer a Cataluña porque no hablan catalán. Algunos de mis amigos lo pasan mal cuando salen al extranjero porque estudiaron su idioma autóctono en vez de inglés. Y otros ni siquiera pueden expresarse correctamente en español.
Por consiguiente, el hecho de la potenciación de las lenguas locales supone un lastre en las comunidades afectadas. No hablo del gravamen económico que conlleva el hecho de traducir todo a dos idiomas, y que sería consecuencia de la paridad. Me refiero a las puertas que se cierran debido al fomento de una sobre otra: a la gente que, como mis amigos, se ven coartados a la hora de salir al extranjero. A los chavales que se pierden cuando llegan a la universidad porque no estudiaron Biología o Química en español.
Y es que la lengua es un vehículo para las ideas. Un idioma con un vocabulario escaso, no sirve: no puede reflejar la realidad, no puede transmitir algo que «no cabe» en él. Un idioma con una comunidad de hablantes reducida es poco útil, pues restringe las relaciones al estrecho marco de ese grupo: verbi gratia, es el caso del latín o el esperanto. Los idiomas deben servir para abrirnos al mundo; como dijo Ender en Halón Disparado,
Quiero aprender idiomas que me sirvan para comunicarme con más gente, no con menos.
Una persona que hoy aprenda francés puede moverse por media Europa. Alguien que aprenda catalán podrá ir a Plaça Catalunya… a comprar en el Corte Inglés. ¿Qué utilidad tiene entonces? ¿Por qué favorecer el aprendizaje del euskera o el gallego, en vez de hacerlo con el francés o el alemán?
En fin: creo que ya he dicho todo lo que quería. Lo que no estoy nada seguro es de la forma, ni de si habrá quedado claro. Pero bueno, para eso están los comentarios. Adelante.