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Un nuevo filón en la lucha contra el SIDA
Esta entrada viene a colación de un artículo publicado en el New England Journal of Medicine de la semana pasada, titulado Long-Term Control of HIV by CCR5 Delta32/Delta32 Stem-Cell Transplantation o, en otras palabras, cómo curar el SIDA con un trasplante de médula ósea. Vaya por delante que ese artículo no descubre la pólvora sino que es un case report, la explicación de un experimento que se ha realizado con un paciente y que ha tenido un resultado exitoso. No obstante, por lo ingenioso del tratamiento, creo que merece la pena traerlo aquí (como ya han hecho en Diario Médico o El País).
Antes de meternos en harina debo dar dos pinceladas sobre el funcionamiento del VIH: los que sepan qué es el CCR5 pueden saltarse este párrafo y el siguiente, y conste que voy a simplificar mucho, así que os colaré alguna mentirijilla. Como sabéis, el VIH es un virus que infecta las células del sistema inmunitario, en concreto los linfocitos T-helper, que son los encargados de iniciar y modular una buena parte de la respuesta inmune (en concreto, la activación de células inflamatorias y la producción de anticuerpos). El VIH, muy cabrón él, se carga directamente al director de la orquesta inmunitaria, dejando callados a todos los instrumentos defensivos: por eso el SIDA no es una enfermedad en sí misma, sino un conjunto de enfermedades debidas a esa vulnerabilidad del sistema inmune. Ahora bien, ¿cómo localiza el virus a sus objetivos? Muy sencillo: todos esos linfocitos T-helper expresan en su membrana una proteína denominada CD4, indispensable para que puedan hacer su trabajo, y que es la que reconoce el VIH y a la que se fija para infectarlos.
Sin embargo, el CD4 es condición necesaria pero no suficiente para la infección. Para que el VIH se «agarre» y penetre es imprescindible la presencia de un correceptor denominado CCR5. Así pues, cuando el virus reconoce ambas moléculas (CD4 y CCR5), se engancha a ellas y entra en la célula, «inyectando» su genoma y empezando a multiplicarse: estamos infectados. Ahora bien, si pudiéramos bloquear ese correceptor, estaríamos impidiendo la infección, pues el virus no tendría cómo unirse a las células.
Frikidato: en esta línea apareció un fármaco hace año y medio, el maraviroc, que funciona bloqueando el CCR5. Como todo inhibidor, su efectividad se basa en que exista una baja concentración de aquello a lo que quiere inhibir, pues de lo contrario compiten por el receptor y resulta inefectivo. Por consiguiente, el maraviroc ha de emplearse junto con un tratamiento «clásico» basado en antirretrovirales, con todos los efectos secundarios que ello conlleva, así que tampoco arregla demasiado.
Resumiendo, tenemos un virus que necesita unirse a dos manos para poder trabajar, y estamos buscando la forma de que una de esas manos no funcione: ¿y si hubiera alguien manco? No lo digo de coña: debido a una mutación descrita en 1996, un 2% de la población caucásica es «manca», careciendo de CCR5. Eso significa, entre otras cosas, que esas personas son «inmunes» al VIH*. «Entonces, si pudiéramos trasplantar linfocitos sin CCR5 a una persona con VIH, se curaría, ¿no?» Hombre, sí, pero su médula ósea seguiría produciendo células con el receptor, y dentro de poco tiempo estaríamos igual que al principio. «Bueno, pues entonces, en vez de trasplantar células, ¡trasplantemos médula ósea!»
Dicho y hecho. Tomemos un alemán infectado por el VIH y tratado con medicación «clásica» (TARGA): con pastillas, el virus es indetectable, pero cuando deja de tomarlas, ya está ahí el bichillo tocando los cojones. Ahora, a ese mismo alemán, añadámosle una leucemia. Como sabéis, el tratamiento de la leucemia es, en muchos casos, el trasplante de médula ósea o progenitores hematopoyéticos (mismo perro con distinto collar), así que tenemos la oportunidad perfecta: buscamos un donante de médula que sea compatible con el enfermo y además no tenga CCR5, y hacemos el trasplante. A ver si hay suerte.
Y la hubo, la hubo. Al paciente se le mantuvo con TARGA hasta el día de antes del trasplante, para que su carga viral fuese mínima: de hecho, ya habían comprobado que, una vez retirados los antirretrovirales, era cuestión de días que el VIH se reprodujese. Sin embargo, desde que le hicieron el primer trasplante (necesitó dos, porque el primero no terminó de arraigar) hasta veinte meses después, cuando se publica el artículo, el contaje de VIH es redondo: cero copias. Nada. Limpio. Pero no sólo en sangre: también sacaron muestras de mucosa rectal (uno de los sitios raros donde se puede esconder el VIH), y estaban como la patena.
¿Significa esto que se ha encontrado una cura? No: es sólo un caso que ha funcionado durante veinte meses. Hay que comprobar que la infección no reaparece con el tiempo por alguna copia tocapelotas descarriada por ahí. Además, un trasplante de médula ósea es un tratamiento muy arriesgado, con una gran cantidad de efectos secundarios. Pero, no obstante, a este hombre lo han curado. Y no me negaréis que la forma como lo han logrado es ingeniosa… Bueno, eso si he conseguido explicarme y que se entienda en qué consistía el experimento. Y, si no, decidlo.
Ah, y espero que hayáis disfrutado la ducentésima entrada del blog.
* -> No obstante, hay ciertas cepas del VIH que no emplean el correceptor CCR5 sino otro llamado CXCR4. Ante una de esas, la mutación del CCR5 nos sirve para tomar por culo (bueno, no, más bien lo contrario, no vaya a ser…).
Bibliografía:
Hütter G, Nowak D, Mossner M, Ganepola S, Müssig A, Allers K, et al. Long-term control of HIV by CCR5 Delta32/Delta32 stem-cell transplantation. N Engl J Med. 2009 Feb 12;360(7):692-8.
Fallo de los mecanismos de defensa. En: Janeway CA, Travers P, Walport M, Shlomchik MJ. Inmunobiología: el sistema inmunitario en condiciones de salud y enfermedad. 2ª ed., Masson; 2003, p.425-69
Levy JA. Not an HIV cure, but encouraging new directions. N Engl J Med. 2009 Feb 12;360(7):724-5.