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¿Por qué una analítica «anormal» es normal?
Cada cierto tiempo un amigo, un conocido o la vecina del cuarto viene con unos papeles en la mano y una pregunta: me han hecho un análisis de sangre y, aunque el médico dice que es normal, veo que tal valor sale alterado (dichosos asteriscos…). En el mejor de los casos, preguntan por curiosidad e inquietud. En el peor, ya han tirado de Google y acaban su pregunta con un diagnóstico: «¿esto es que tengo hepatitis/diabetes/alergia/loquesea?» Y a todos les digo el mismo par de cosas.
La primera: una alteración aislada en una analítica no significa nada. A un pariente mío lo llevaron preocupadísimos a urgencias porque «lo del riñón» (la creatinina) estaba al doble de lo normal. Sólo la creatinina: urea normal, iones normales, proteínas normales, orina normal. Obviamente, al repetir la analítica todo estaba dentro de límites: había sido un error de medición. Otro me enseña la analítica del trabajo, donde un marcador hepático (la γGT) está ligeramente fuera de márgenes pero, una vez más, el resto está perfectamente: unas cervezas de más el día anterior, por ejemplo, explicarían ese resultado. O una glucosa ligeramente fuera del rango… en alguien muy aprensivo, que se pone nervioso en el hospital, liberando cortisol y subiendo su azúcar en sangre
Pero no siempre tiene que haber una explicación a esa alteración porque, en muchos casos, ni siquiera es una alteración. La segunda cosa que les digo, y la más importante, es que estadísticamente una de cada veinte determinaciones analíticas en una persona sana proporciona valores anormales. En otras palabras, uno de cada veinte valores sale anormal «porque sí». La clave está en el concepto: ¿qué es «normal»? Esos números que salen al lado de la analítica, y que si te pasas pone un asterisco, se calculan aplicando una distribución normal (la famosa campana de Gauss, tan querida por los estudiantes a la hora de las calificaciones). Basándonos en las mediciones sobre una muestra de voluntarios sanos, podemos hallar el valor normal de ese parámetro, así como un margen de variación que permita cubrir con cierta confianza estadística a un determinado porcentaje de la población. Porcentaje que, arbitrariamente, se fija en un 95%. De ahí que un 5% de las determinaciones, una de cada veinte, se quede fuera del rango de normalidad: va implícito en su diseño. Y por eso, si pido mil cosas al laboratorio, seguro que voy a encontrar algo.
Para los más tiquismiquis, esta no es la única razón: también están, por ejemplo, los valores de sensibilidad y especificidad, determinados gracias a ensayos clínicos y plasmados en una curva ROC, para obtener la mayor eficiencia diagnóstica.
Así que la próxima vez que en vuestra analítica veáis algo en rojo, podréis respirar tranquilos.